20 abr 2012

Funcionarios

En otras ocasiones ya he comentado que soy funcionario y que cuando realicé las oposiciones correspondientes hace treinta años era totalmente consciente de lo que suponía y de cuales eran las ganancias y las pérdidas de dicha elección.
El que en los últimos años nos hayamos convertido en el pim-pam-pum de políticos, medios y conciudadanos me ha parecido de una injusticia tan flagrante que cuando alguien escribe y opina de una forma distinta resulta muy gratificante.
Me hago eco pues de dos opiniones en defensa de nuestro trabajo y del servicio que prestamos, sin duda, a todos los ciudadanos.

"Manuel es funcionario público. En España. En 2012. Cada vez que
va a trabajar, y cada vez que percibe su congelado pero seguro
sueldo, siente en la nuca el aliento, nada frío, de más de cinco
millones de compatriotas desempleados. Y subiendo. Manuel lee
los periódicos. No lo hace sobre su mesa de trabajo, atestada de
papeles que reclaman atención: a Manuel sus padres no le
enseñaron, de pequeño, que lo que uno debe hacer pueda aplazarse
o declinarse a conveniencia, ni en el camino de la vida supo,
tampoco, adquirir esa noción tan confortable. Manuel lee los
periódicos de la semana hoy, que es cuando libra, y en ellos
rebusca y repasa las cosas que le conciernen, y también algunas
que no, porque la mente es caprichosa y a veces, volátil, se
posa donde no hay mayor provecho. Pero desde hace meses lee con
especial atención todo lo que tiene que ver con su colectivo, el
de los empleados públicos, y con la imagen que proyectan sobre
la ciudadanía (o que de ellos interesa proyectar, que a veces
las dos cosas, como pasa con cualquier colectivo, no hay que ser
más victimista de la cuenta, se confunden). De eso, de la imagen
proyectada, se derivan siempre consecuencias. Y las que se
atisban no son tranquilizadoras. Un secretario de estado,
responsable de la función pública para más señas, advierte que
los funcionarios españoles ya se pueden ir olvidando del
cafelito y el periódico. Como queda apuntado, del periódico
Manuel se olvidó hace mucho, en sus horas de trabajo, pero ha de
admitir, mea culpa, que un cafelito, sólo uno, sí que procura
tomarse todos los días, aunque alguno la mañana se le amontone
más de la cuenta y no pueda ser. Sorteando su inicial
suspicacia, lee las declaraciones del político y encuentra en
ellas argumentos razonables. Hay que trabajar más si todo el
país se ve llamado a esfuerzos, no puede ser que un sector de la
población, sostenido con los impuestos del resto, reclame
prerrogativas de las que los demás carecen. Manuel, que tiene a
algún compañero de los que toman el cafelito y el pincho,, y
salen a hacer un par de gestiones misteriosas casi cada mañana,
asiente a eso. Pero también lo hace pensando en los compañeros
políticos del declarante que llevan cuatro guardaespaldas (o
sea, que necesitan en total 12 o 15, para cubrir todos los
turnos, vacaciones y bajas) o requiere cuatro coches oficiales
para sus desplazamientos. O en esos parientes de responsables
públicos que vuelan gratis total en aviones de la Fuerza Aérea,
mientras el marido de Angela Merkel abona la factura o, para
ahorrar, se saca un billete en aerolínea low-cost, donde volar
le cuesta menos que en los jets militares. De Alemania viene otra
noticia: un funcionario confiesa haber cobrado más de 700.000
euros, en los últimos 14 años, por no hacer absolutamente nada.
Cuántos Kaffelitos le habrá dado tiempo a tomar.
Va a ser que en todas partes cuecen algunas habichuelas, por más
que nos regañe su jefa (a la que bien le venimos, quebrados,
como suministradores a precio de saldo de la mano de obra
cualificada que no absorbe nuestro agonizante sector
productivo). A Manuel le admira la gallardía del teutón. Conoce
a algún otro que podría hacer una confesión análoga. Duda mucho
que nunca llegue a dar ese paso. ¿Qué corolario se sigue de todo
esto? Manuel no cierra los ojos, aunque lo preferiría. Que en
Europa, y no sólo en España, se avecina una razia sin
precedentes contra los de su especie. Lo malo de las razias es
que ya desde la Edad Media salpicaron siempre
indiscriminadamente a inocentes y culpables. O peor aún,
discriminando positivamente a los culpables sobre los inocentes.
Manuel apura su cafelito de la cafetera de su casa. Donde más de
uno, pronto, tendrá que aprender a hacérselo."

Lorenzo Silva


"Los funcionarios son esos señores y señoras que un buen día aprobaron una oposición en busca de un empleo estable. Su sueldo era seguro, pero escasito. Es más, cuando estalló ese tsunami de falsa prosperidad y este país se llenó de nuevos ricos, su sueldo, en comparación, era claramente una puta mierda. No obstante, la gran ventaja que tenían (esto lo valoran ahora) era que nadie se metía con ellos: en todo caso, si alguien les señalaba, era para compadecerse de su pobreza.

-Mira ese pringao: veinte años en la Administración, y gana al mes la cuarta parte de lo que yo saco en mi empresa sólo en horas extras.

Pero un día la crisis estalló y España, que estaba a punto de adelantar a Francia, según ZP, luego de haber pasado a Italia, empezó a irse al carajo. Resulta que la economía de este país se había basado casi única y exclusivamente en una burbuja inmobiliaria que nadie quiso pinchar a tiempo, y, cuando explotó, lanzó de golpe contra las oficinas del INEM a tres millones de parados. La recaudación fiscal cayó en picado y, como al mismo tiempo aquí se había despilfarrado en obras absurdas lo que no está escrito, corrupciones aparte, la deuda y el déficit se dispararon, se empezó a hablar de quiebra y el gentío volvió la cabeza hacia los culpables de tanta ruina: los jodidos funcionarios, que cada mes se llevan a casa su sueldo calentito, un sueldo que ahora, en comparación con tanto "ni-mileurista" como hay, es muy apetecible.

"¡Es que la partida destinada al pago de las nóminas de los empleados públicos no deja de crecer!", protesta el gentío. Y lleva razón: tanto en la Administración Central, como en la Autonómica y la Local, cada día hay más gente colocada a dedo y más asesores. Los funcionarios de carrera, o sea, por oposición, no crecen porque sus bajas ya no se cubren, pero cada vez hay más enchufados.

Los gobernantes lo tienen muy fácil a la hora de estrangular a los funcionarios: el gentío ha sentenciado que hay que ir a por ellos. El gentío no distingue entre el burócrata que no da un palo al agua en su negociado (¿para qué estará la inspección, oyes?) y el médico que no da abasto en urgencias, y los dos son funcionarios. Por eso los empleados públicos lo van a pasar francamente mal en lo que queda de crisis. ¡Les van a recortar hasta la calderilla!

-A ver, usted que tenía diez trienios, a veinte euros el trienio, va a pasar a tener cinco, a diez euros la unidad.
-¿Lo qué?
-Es que Bruselas nos ha dicho que a partir de ahora cada trienio tenga seis años. ¡Todo sea por rebajar el déficit, hombre, no ponga esa cara!

Si por el gentío fuera, incluso habría que fusilar a muchos funcionarios al amanecer, así nos ahorraríamos hasta sus futuras pensiones. Pero tampoco hay que pasarse. A no ser que el déficit se resista, claro."

Editorial publicado en "El Jueves" del 21 de Marzo de 2012.