NEW
DEAL (1933-1938)
Como consecuencia de la crisis
económica-social que se instala en América del Norte en 1929 y que afectará a
la economía mundial en los años treinta, los sistemas económico y político que
habían sido la base del impresionante avance de los Estados Unidos hasta ese
momento requerían una revisión profunda, aunque no revolucionaria.
En el terreno político, éste era el
resultado de la política liberal, individualista y, sobre todo,
hipercapitalista de una larga hegemonía del partido republicano en los resortes
del poder y de la ley, mantenida durante casi medio siglo, con excepción del
paréntesis demócrata del presidente Wilson durante la Gran Guerra.
El caos económico de la depresión
había producido brutales niveles de paro en todos los sectores entre 1929 y
1932. El ingeniero republicano elegido presidente en 1928, Herbert Hoover, se
vio desbordado y un nuevo equipo demócrata, con mayor imaginación y dispuesto a
salirse de los tradicionales presupuestos no intervencionistas del partido republicano,
se presenta a las elecciones de 1932 encabezados por Franklin D. Roosevelt que
protagoniza el deseo de reformas fundamentales que hicieran salir al país del
estancamiento y la depresión.
New Deal (nuevo trato) es el nombre
dado por el nuevo presidente estadounidense
a su política intervencionista puesta en marcha para luchar contra los
efectos de la Gran Depresión en Estados Unidos. El programa se desarrollo entre
1933 y 1938 con el objetivo de sostener a las capas más pobres de la población,
reformar los mercados financieros y redinamizar una economía herida por el
desempleo y las quiebras en cadena.
El significado de tal política era una
rectificación básica de la trayectoria del capitalismo y de las posibilidades
casi ilimitadas de expansión y beneficio individual en los Estados Unidos. La
respuesta tenía evidentemente dimensiones políticas.
Roosevelt llegó al poder sin tener un
plan preconcebido para salvar la economía de su país. El New Deal no era un plan ideológico, sino más bien
pragmático, lo que condujo a ciertas contradicciones. El viraje
intervencionista respondía más a un método empírico, con decisiones muchas
veces tomadas sobre la marcha, que a un plan científicamente elaborado después
de una maduración teórica. Esencialmente las medidas tomadas fueron producto de
un equipo de colaboradores y funcionarios seleccionados entre sectores que
aspiraban a renovar las ideas sociales y económicas hasta entonces dominantes.
Dicho equipo, denominado brain trust,
aportaba soluciones urgentes en el sentido de una intervención en la agotada
economía mediante grandes programas de obras públicas, de inyecciones de
crédito estatal dirigido por el gobierno federal hacia los sectores deprimidos
y un crecimiento de los gastos del estado para suplir las deficiencias de la
iniciativa privada.
Se distinguen dos periodos. Un primero
marcado por los “cien días de Roosevelt” en 1933 que apuntaba a una mejoría a
corto plazo con medidas dirigidas hacia la estabilización de la economía. La
política intervencionista no fue una panacea, pero respondía a los deseos más
vehementes de cambio en el país. Quizá la propia vaguedad y ambivalencia de los
primeros pasos dados, sus preocupaciones residual y relativamente ortodoxas en
materia presupuestaria y de deuda pública no impulsaron de manera
suficientemente intensa la recuperación económica. Un segundo New Deal que se
desarrolla entre 1935 y 1938 que plantea una nueva distribución de los recursos
y del poder a una escala más amplia con leyes sindicales de protección y
programas de ayuda a los agricultores y trabajadores ambulantes con la voluntad
de devolver la confianza al pueblo estadounidense. De manera que lo que comenzó
siendo un programa de choque eminentemente económico cedió de forma progresiva
paso a un programa con más aspectos sociales. Un programa más radical, más a la
izquierda, lo que podía medirse en el
grado de oposiciones que suscitaba entre los grupos establecidos.
El cambio en la política económica se
refiere, principalmente, al abandono de la política deflacionista y de la
búsqueda a toda costa de presupuestos equilibrados por una política de
inflación contenida y de endeudamiento
público, con objeto de insuflar nuevo vigor a la actividad económica.
Para apoyar esta política se abandonó
definitivamente el patrón oro y se devaluó la moneda para reanimar el comercio
exterior. La devaluación se acompañó de varias disposiciones, unas de tipo
coyuntural, tendentes a cortar la especulación y a evitar la depreciación de la
moneda, y otras de corte estructural, dirigidas a reformar el frágil andamiaje
bancario y crediticio. El Estado intervino también con programas de obras
públicas financiadas con fondos públicos y con medidas legislativas como la
Agricultural Adjustment Act (AAA) y la National Industrial Recovery Act (NIRA)
que, aunque luego declaradas inconstitucionales por el Tribunal Supremo,
desarrollaban una nueva relación del Estado con la sociedad. La NIRA desarrolló
un abanico de medidas destinadas a asegurar un beneficio a la industria, unos
salarios que permitieran vivir y la eliminación de las prácticas de piratería.
Se perseguía pues un doble fin, por un lado, reactivar la producción,
potenciando la demanda y ensanchar los cauces de empleo, utilizando como
posibles palancas de impulso la reducción de la semana laboral, los planes de
obras públicas y la fijación de un salario mínimo. Por otro, acelerar el
proceso de concentración de capitales y la cartelización como racionalizadores
que corrijan las tendencias a la sobreproducción, afiancen los precios y
maximicen los beneficios.
La lucha contra el paro evolucionó
desde la mera ayuda existencial de los primeros momentos a la puesta en
práctica de una política de obras públicas que consiguió dar trabajo a más de
tres millones de parados con la puesta en funcionamiento de la empresa pública
Tennessee Valley Authority (TVA).
Desde el punto de vista del sistema
político, el New Deal significó el definitivo abandono de la ideología de una
sociedad que se autorregulaba de forma automática. El Estado tenía ahora una
capacidad de iniciativa por medio de organismos federales, de programas de
obras, promulgación de leyes, implantación de seguros obligatorios o por su
respaldo a los sindicatos. Se trató, simplemente, de levantar acta de la muerte
del laissez faire como principio
regulador de las relaciones entre el Estado y la sociedad capitalista, dejando
paso a una nueva regulación en la que el Estado, sin poner en discusión los
supuestos básicos de la sociedad capitalista, asumía un nuevo papel. Por medio
de la política fiscal y de la utilización del presupuesto, el Estado empezó a
jugar un papel decisivo en la distribución de la renta y en la dirección de la
actividad económica.
No hay ninguna prueba de que el New Deal
tuviera eficacia contra la crisis, que perduró hasta que Estados Unidos
movilizó su economía con la Segunda Guerra Mundial. En correlación con los
medios empleados la inversión pública no compensó la debilidad de la inversión
privada, que todavía en 1937 era un 30 por ciento inferior al nivel de 1929.
Sin embargo, en el plano social, el éxito es innegable. Roosevelt cambió el
país mediante reformas y no mediante una revolución. Roosevelt preparó las
bases económicas de la expansión americana de la década de 1940 y de las que le
siguieron.
Desde el punto de vista político, el
New Deal dejó una fuerte huella, creando una amplia gama de agencias
gubernamentales, protegiendo a diversos grupos de ciudadanos que sufrieron la
crisis, permitiéndoles hacer contrapeso al poder de los empresarios y de los
círculos de negocios. El poder ejecutivo y el gabinete presidencial reforzaron
su influencia sin inclinar por ello al país a la dictadura. Roosevelt supo
instaurar un vínculo directo con el pueblo por las numerosas conferencias de
prensa que tuvo, pero también por la utilización de la radio en sus célebres
“charlas junto a la chimenea” y sus numerosos desplazamientos por todo el país.
Se generaron numerosas ideas políticas que han
permanecido como fuentes de admiración tanto para críticos como para
generaciones posteriores.
Sus reformas, por imperfectas,
permitieron una crítica constructiva y una reflexión pausada que abrió una vía
de mejoramiento de la democracia que perdura hasta la actualidad.