Fui invitado a la presentación del libro,
aquí, donde vivo. La autora, novela la experiencia personal que supuso el golpe
militar de 1976 en Argentina y su posterior periplo como exiliada hasta recalar
en Alemania donde fue acogida. A lo largo del coloquio que se estableció con
posterioridad surgió el tema de cómo Argentina había enfrentado el tema de la
dictadura y de los desaparecidos, primero con la comisión presidida por Ernesto
Sábato y después con los juicios que llevaron a los militares a la cárcel y de
cómo en España ese tema no había sido resuelto. Se puso, por tanto, en
entredicho, una vez más, la Transición.
España en 1975-78 hizo aquello que
demandaba la sociedad. Una sociedad que desde 1808 de forma recurrente y cíclica
se había venido matando entre sí sin ningún rubor. Una sociedad miedosa de
volver a caer en ello y que pidió, a voz en grito, pasar página, dejar el
pasado a los historiadores, mirar al futuro con esperanza y hacer borrón y
cuenta nueva. Nadie iba a pedir cuentas a nadie porque todos eran plenamente
conscientes de que todos eran culpables. Y ese consenso funcionó hasta 2004.
El terrible y todavía a día de hoy no bien
explicado atentado del 11 de marzo supuso la llegada a la Presidencia del
Gobierno de la figura del cínico, incompetente, falso, tramposo, inculto y
necio de José Luis Rodríguez Zapatero y con él los consensos empezaron a volar
por los aires. Una de las primeras decisiones fue la de desenterrar a los
muertos, sólo de un bando, para empezar a arrojárselos a los otros a la cara.
Vuelta pues del espíritu cainita español de los unos contra los otros. Unos
buenos otros malos. Las dos Españas, de la que se hizo eco Machado, dispuestas
de nuevo a romperse el corazón mutuamente.
Desde entonces la radicalización fue en
aumento. Dos bloques bien definidos defienden posturas contrapuestas y no están
dispuestos a dar su brazo a torcer y reconocer que el otro puede tener razón en
algo. Vuelve la irracionalidad, la incomprensión, la intolerancia. Vuelve el
sentimiento trágico de la vida.
Argentina lo tuvo más fácil. El enemigo
eran los militares que durante siete años cometieron toda clase de barbaridades,
no la población civil que fue víctima. Y duró tan poco que todos los
protagonistas estaban vivos. Ajustar cuentas era hacer justicia. En España han
pasado ochenta años, los protagonistas están todos muertos, los militares no
fueron los únicos protagonistas, fue un conflicto civil que enfrentó a familias
con familias, a conocidos con conocidos. Remover aquello, y sigo creyendo que
con muy buen criterio se eligió no hacerlo, hubiera supuesto, como en cierta
medida está suponiendo ahora, sacar a la luz sentimientos tan profundos que fácilmente
pueden ser confundidos con el odio y volver a enfrentar a personas con personas
en un ejercicio cainita de consecuencias imprevisibles.
Lo que se decidió hacer entonces, que fue
durante años un modelo que todos alababan de reconciliación nacional y que
ahora, unos pocos pero ruidosos voceras, quieren poner en cuestión con el sólo
afán de alcanzar una victoria que creen merecer y que entonces no supieron conseguir
por su propia incompetencia militar y política. Si la victoria, entonces de
unos, supuso la derrota de otros y siempre fue criticada, actuar ahora de igual
manera pero en sentido contrario supone un ejercicio de cinismo incalificable
en el que la pérdida de la razón ya es absoluta.