29 mar 2019

Cainismo español




Fui invitado a la presentación del libro, aquí, donde vivo. La autora, novela la experiencia personal que supuso el golpe militar de 1976 en Argentina y su posterior periplo como exiliada hasta recalar en Alemania donde fue acogida. A lo largo del coloquio que se estableció con posterioridad surgió el tema de cómo Argentina había enfrentado el tema de la dictadura y de los desaparecidos, primero con la comisión presidida por Ernesto Sábato y después con los juicios que llevaron a los militares a la cárcel y de cómo en España ese tema no había sido resuelto. Se puso, por tanto, en entredicho, una vez más, la Transición.
España en 1975-78 hizo aquello que demandaba la sociedad. Una sociedad que desde 1808 de forma recurrente y cíclica se había venido matando entre sí sin ningún rubor. Una sociedad miedosa de volver a caer en ello y que pidió, a voz en grito, pasar página, dejar el pasado a los historiadores, mirar al futuro con esperanza y hacer borrón y cuenta nueva. Nadie iba a pedir cuentas a nadie porque todos eran plenamente conscientes de que todos eran culpables. Y ese consenso funcionó hasta 2004.
El terrible y todavía a día de hoy no bien explicado atentado del 11 de marzo supuso la llegada a la Presidencia del Gobierno de la figura del cínico, incompetente, falso, tramposo, inculto y necio de José Luis Rodríguez Zapatero y con él los consensos empezaron a volar por los aires. Una de las primeras decisiones fue la de desenterrar a los muertos, sólo de un bando, para empezar a arrojárselos a los otros a la cara. Vuelta pues del espíritu cainita español de los unos contra los otros. Unos buenos otros malos. Las dos Españas, de la que se hizo eco Machado, dispuestas de nuevo a romperse el corazón mutuamente.
Desde entonces la radicalización fue en aumento. Dos bloques bien definidos defienden posturas contrapuestas y no están dispuestos a dar su brazo a torcer y reconocer que el otro puede tener razón en algo. Vuelve la irracionalidad, la incomprensión, la intolerancia. Vuelve el sentimiento trágico de la vida.
Argentina lo tuvo más fácil. El enemigo eran los militares que durante siete años cometieron toda clase de barbaridades, no la población civil que fue víctima. Y duró tan poco que todos los protagonistas estaban vivos. Ajustar cuentas era hacer justicia. En España han pasado ochenta años, los protagonistas están todos muertos, los militares no fueron los únicos protagonistas, fue un conflicto civil que enfrentó a familias con familias, a conocidos con conocidos. Remover aquello, y sigo creyendo que con muy buen criterio se eligió no hacerlo, hubiera supuesto, como en cierta medida está suponiendo ahora, sacar a la luz sentimientos tan profundos que fácilmente pueden ser confundidos con el odio y volver a enfrentar a personas con personas en un ejercicio cainita de consecuencias imprevisibles.
Lo que se decidió hacer entonces, que fue durante años un modelo que todos alababan de reconciliación nacional y que ahora, unos pocos pero ruidosos voceras, quieren poner en cuestión con el sólo afán de alcanzar una victoria que creen merecer y que entonces no supieron conseguir por su propia incompetencia militar y política. Si la victoria, entonces de unos, supuso la derrota de otros y siempre fue criticada, actuar ahora de igual manera pero en sentido contrario supone un ejercicio de cinismo incalificable en el que la pérdida de la razón ya es absoluta.