1 dic 2013

La valla de Melilla

Mucho se habla de la valla de Melilla en las últimas semanas. Dicha valla se extiende a lo largo de la frontera que separa la ciudad de Melilla de el Reino de Marruecos. Es un elemento disuasorio para evitar la entrada masiva en la ciudad de cientos de emigrantes subsaharianos que vienen atraídos con la esperanza de un futuro mejor. Su origen data de 2005 y a lo largo de todos estos años se ha ido reforzando con nuevos sistemas para evitar que pueda ser traspasada.



Este pasado verano en Berlín comprobé que también se había convertido en un ejemplo de muros que separan personas o, como en este caso, civilizaciones y culturas. En uno de los lienzos de muro de Berlín que aún quedan en pie se habían colocado fotografías de los muros que todavía quedaban en el mundo y allí estaba la valla de Melilla.



La polémica de los últimos días se debe a si es humanitario o no el colocar en dicha valla las concertinas que son unas cuchillas colocadas en serie y que impiden el intento de saltarla.


Pero lo que realmente deberíamos preguntarnos tiene qué ver con la propia existencia de la valla. Con su necesidad y con su por qué. 
La valla es fruto del miedo: miedo por parte de España de no poder y, puede que, no saber también que hacer con los inmigrantes y miedo de Marruecos a convertirse en país de paso y a tener que hacer uso de la fuerza como ya lo hizo en 2005 con los resultados de todos conocidos.
El primer mundo pone una valla de protección frente a las desigualdades del tercer mundo que el mismo ha ayudado a crear.
No soy partidario de la entrada libre, sin control, de cualquiera como consecuencia de un falso efecto llamada pero hay elementos físicos de separación que dicen más de quien los construye que de quien desea superarlos.
No sé cual podría ser la solución, no soy especialista y carezco de elementos de juicio suficientes, pero de lo que estoy totalmente seguro es que la solución no es ésta.