31 oct 2013

Gritos

Como está visto que el capitalismo, en su variante actual, tiene los días contados andan los poderes, fácticos y no fácticos, a la búsqueda de una nueva versión que mantenga al invento en su sitio. Algunas pistas ya nos están dando, con la lenta pero, al parecer, inexorable laminación de derechos laborales y ciudadanos. El panorama no será el del siglo XIX, el trabajador aparentemente alcanzará un nivel digno de vida pero al límite, lo suficiente para sentirse satisfecho por tener trabajo e incapaz de poner el grito en el cielo por las condiciones de dicho trabajo. Dispondrá de dinero para comprarse un smartfhone y pagar la tarifa exigida pero carecerá de cauces para elevar una protesta. El cauce natural, por lo menos antes, y digo antes hace lo menos treinta años, eran los sindicatos y los partidos políticos pero hoy en día estos han alcanzado tal grado de simbiosis con el poder que se han convertido en correa de trasmisión de las ordenes emanadas desde arriba y hacen caso omiso de las voces que les llegan de abajo.


El ciudadano se encuentra indefenso y sin instrumentos capaces para enfrentarse a la nueva situación y terminamos aceptándola como un mal menor. Asistimos atónitos al progresivo deterioro y desaparición de muchos derechos que creíamos inalienables y que incluso figuran en ciertas constituciones y más atónitos nos quedamos cuando cada cierto tiempo nos solicitan el voto con la única intención de que demos la conformidad para mantener un sistema que, en este preciso momento, claramente nos perjudica.
Nuestra voz tiene que ser escuchada para evitar males mayores y minimizar los daños y, como carecemos de interlocutores válidos, tendremos que elevar un grito unánime a base de unir nuestros gritos individuales.
Yo grito desde aquí y espero unirme y que os unáis a los otros gritos que ya escucho.

 

1/11/13
ADENDA: Termino de leer en el diario El País una referencia a la visita a España del filósofo alemán Peter Sloterdijk en donde este dice: 
"La izquierda ha funcionado históricamente como un mecanismo de organización política de la ira. La gente depositaba allí sus frustraciones y, como en un banco, otros gestionaban ese capital para devolverle los intereses en forma de autoestima para ellos y desprecio para sus enemigos.
La atmósfera ha cambiado mucho. La ira, la cólera  la indignación han cobrado más fuerza. Lo que pasa es que ahora no hay un banco mundial de la ira. La izquierda ya no es capaz de desempeñar dicho papel. Ahora la gente puede quedarse en casa con su cólera y meterla debajo de la almohada o del colchón porque ya no hay nadie que pueda sacar rendimiento político de eso ni devolverle intereses."