Hace unos años, en plena vorágine de
escándalos de corrupción en el seno de los partidos políticos, algunos de ellos
creyeron descubrir la solución al problema estableciendo en su seno un sistema
de elección de candidatos que profundizaba la democracia interna al ser los
propios militantes, sin intervención de las direcciones, quienes decidían
quienes querían que fueran sus elegidos. El proceso recibió el nombre de Primarias, supongo que en un remedo de
las que se efectúan en los EE.UU.
El sistema se extendió, poco a poco, al
resto de partidos que no querían ser menos ni parecer menos democráticos y
todos hacían gala de sus primarias.
Pero todos conocemos como funciona un
partido político y como son capaces de revertir cualquier situación en
beneficio propio y de sus más altos dirigentes. En otras palabras, recién
puesto en marcha, el proceso degeneró.
Primero fue comprobar cómo algunos de los
ganadores de primarias eran luego incapaces de ganar elecciones, con la pérdida
de influencia que ello supone. Después darse cuenta de que algunos de los
ganadores no eran precisamente afectos al líder y eso provocaba luego tensiones
internas que se trasladaban al electorado que dejaba de votarles. Así que
pronto comenzaron a tomar medidas.
Una de las primeras fue adoptar unas
condiciones draconianas para aquel que quisiera presentarse. Eso ya desanimaba
a muchos, pero no a aquellos que contaran con el apoyo del propio partido. La
segunda consecuencia es que en muchos lugares los militantes dejaban de tener
opciones ya que la candidatura presentada era única, la presentada por los
propios dirigentes, y todo quedaba reducido a ratificarla en un triste
ejercicio de falsa votación.
Y la tercera opción que les quedaba en
aquellos casos en que alguien osara presentarse frente al candidato oficial era
la manipulación del voto y si esto no terminaba de funcionar o se hacía muy
evidente, relegar luego al ganador a puestos en las listas ya no elegibles con
la excusa de acuerdos con otros partidos por ir en coalición o el deber del
partido de garantizar la elección de ministros, independientes recién fichados
y cualquier otro “paracaidista” al que hubiera que colocar.
En otras palabras. Tomaron el término
“regeneración democrática” como mantra sobre el que construir un nuevo modelo
de partido pero bajo él mantuvieron el viejo que es el que reporta mejores y
mayores beneficios. Seguimos pues como siempre con estructuras fuertemente
jerarquizadas y controladas donde el Líder,
rodeado siempre de sus más fieles, incondicionales y leales adeptos, es
quien en última instancia decide y toma las decisiones y donde los militantes
siguen siendo convidados de piedra.
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