17 mar 2019

La revolución alemana 1918-1919

En el verano de 1918 la situación militar en Alemania se torna desesperada. El Estado Mayor del Ejército que hasta entonces prometía la victoria a una población ya muy cansada decide que ha llegado la hora de negociar la paz.
Su máxima preocupación pasa entonces por evitar que con la paz llegue la revolución así que deciden traspasar el poder, que durante la guerra habían ejercido sin control alguno, a los partidos políticos igualmente interesados en que la revolución no se produzca, entre ellos el más importante de todos el SPD.
Pero la tan temida revolución se hace realidad cuando a principios de noviembre la sublevación que había iniciado la flota de guerra se extiende por todo el país, el emperador abdica y se proclama la república. Pese a todo la socialdemocracia alemana consigue controlar la situación y modela la crisis revolucionaria para que no siga el modelo ruso.

Cuando se inició la Gran Guerra el SPD no dudo en colaborar con la monarquía y los generales e incumplió así los acuerdos de la II Internacional de oponerse a la guerra con todos los medios.
A principios del s. XX el ambiente de tensión internacional hace que el tema de la guerra pase a ocupar un lugar preeminente en las deliberaciones de los congresos obreros. En 1907 se afirma: “Si una guerra amenaza estallar, es un deber de la clase obrera de los países afectados el hacer todos los esfuerzos necesarios para impedirla y en el caso de que estallare es su deber hacerla cesar inmediatamente, de utilizar con todas la fuerzas la crisis económica y política creada por la guerra para agitar a las capas populares más amplias y precipitar la caída de la dominación capitalista”. Estos postulados fueron defendidos de forma enfática por una representante del SPD llamada Rosa Luxemburgo.
La guerra estalla y las masas iban a seguir el llamamiento de sus gobiernos. Los partidos socialistas apoyaron la defensa de la patria y pasaron a ser instrumentos en la política  de sus respectivos gobiernos. En contra de las idealistas resoluciones de los congresos de la Internacional, la realidad impuso la política de defensa nacional y el enfrentamiento entre militantes socialista de distintas nacionalidades. De este contencioso el socialismo salió profundamente descoyuntado y la escisión provocó el final de la II Internacional. La socialdemocracia no traicionó a las masas, sino que fue su auténtica expresión política. La actitud esencial de la mayoría de la Internacional era de naturaleza ética, pacifista, humanitaria y liberal.

 

Dentro del SPD surgió en 1916 un pequeño grupo a la izquierda que agrupado en torno al diputado Karl Liebknecht y a Rosa Luxemburgo intenta mantener en alto la bandera internacionalista y que es conocido con el nombre de Spartatkusbund; sus posiciones antibélicas les llevarán a la cárcel.  Este grupo minoritario se integrará en 1917 en otra escisión de mayor calado en el seno del SPD que fue el USPD (Partido Socialdemócrata Independiente Alemán), que se opone a la continuación de la guerra y preconiza una paz negociada, pese a considerar sus posiciones demasiado moderadas.
El descontento creciente en el pueblo alemán por el desarrollo de los acontecimientos bélicos desemboca en 1918 en huelgas, manifestaciones y la creación de consejos obreros a semejanza de los soviets rusos. La sublevación iniciada a finales de octubre en los barcos de guerra de Kiel sirve de detonador, ante el ansia pacifista que invade a la sociedad alemana, harta del belicismo nacionalista anterior, para iniciar una revolución que toma la forma de un movimiento espontaneo de masas, que conquista la calle, ante la resistencia casi nula de las autoridades. El 9 de noviembre el movimiento llega a Berlín; el káiser abdica y Scheidermann, dirigente del SPD, proclama la República.
El SPD decide ponerse en cabeza del hecho revolucionario para mejor controlarlo e impedir una deriva al estilo ruso. El SPD rechaza, sin equívocos, la teoría y el método bolchevique para Alemania ya que la revolución rusa ha anulado la democracia y establecido en su lugar la dictadura de consejos de obreros y soldados. Están de acuerdo en ir hacia el socialismo pero por cauces democráticos y pacíficos. Dos son los pasos que se dan en tal sentido; primero se nombra a Ebert canciller y después se consigue formar un gobierno socialista pactado SPD-USPD. Los Espartaquistas  se oponen, con Karl Liebknecht a la cabeza, aduciendo que la revolución está amenazada pero sus ideas son rechazadas, incluso violentamente.
El nuevo gobierno firma el armisticio el 11 de noviembre y comienza a tomar medidas sociales y económicas de gran calado: subsidio de paro, elecciones por sufragio universal, comunidades de trabajo de patronos y obreros, convenios colectivos, guardia nacional y desarme de particulares. Los Espartaquistas ante la deriva no revolucionaria deciden salir del USPD, donde todavía permanecían, y en las Navidades de 1918 fundan un nuevo partido que adopta el nombre de Partico Comunista Alemán (KPD).

Es una organización clandestina, aislada, minoritaria y sin forma definida. Carece de estructuras firmes y de cohesión ideológica pero su influencia en el ala más radical de la revolución sobrepasa con mucho a sus efectivos numéricos y consigue movilizar masas importantes. Sus diferencias ideológicas surgen entre sus dirigentes, más próximos a las posiciones teóricas de Rosa Luxemburgo, y los militantes más jóvenes inclinados al extremismo y cercanos a las tesis bolcheviques de conquista del poder por la fuerza aunque se sea una minoría. Rosa Luxemburgo planteaba la lucha por el poder revolucionario sobre la base de ganar previamente el apoyo mayoritario de las clases trabajadoras y para ello era necesario previamente difundir entre ellas el programa comunista e impulsar las luchas parciales de los trabajadores. Para los dirigentes del KPD participar en las elecciones a la Asamblea Nacional era crucial pero su postura fue derrotada por los más extremistas y no fue entendida por el pueblo alemán lo que les aisló aún más.


 

La crisis de gobierno abierta a finales de diciembre con el abandono del mismo de los representantes de USPD en desacuerdo con la política militar y económica coloca al hecho revolucionario en otra situación.
El comité berlinés del USPD, los delegados revolucionarios y el KPD convocan una manifestación de protesta que tiene lugar el 5 de enero con cientos de miles de participantes y deciden proseguir la acción hasta derrocar al Gobierno. La comisión revolucionaria proclama la lucha por el poder, declara la huelga general y llama a una nueva manifestación para el día siguiente. El Gobierno da plenos poderes a Gustav Noske, Gobernador de Berlín, para impedir la manifestación y organizar la represión con la colaboración de los jefes militares y de los Cuerpos Francos (Freikorps) formados por oficiales y voluntarios de confianza,  reclutados a sueldo. Entre manifestaciones y choques sangrientos los dirigentes de USPD entablan conversaciones con el Gobierno de Ebert y los Espartaquistas deciden continuar la lucha. En los siguientes días se producen graves enfrentamientos de los que los revolucionarios salen derrotados. El 14 de enero el orden reina en Berlín.

“¡El orden reina en Berlín!, ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré!”  Rosa Luxemburgo

El 15, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo son asesinados.

Un joven Bertolt Brecht añade desolado:
“También ha desaparecido la Rosa roja/No se sabe donde está/Por haber dicho la verdad a los pobres, /los ricos la han suprimido.”
  
Rosa Luxemburgo es asesinada en el hotel Eden de Berlín, los soldados le destrozan el cráneo y la cara a culatazos; la rematan de un tiro en la nuca. Atan su cadáver a unos sacos con piedras para que pese y no flote, y es arrojado a uno de los canales del río Spree. Su cadáver no será encontrado hasta el 31 de mayo.
Minutos antes habían asesinado a Karl Liebknecht, el único parlamentario que en primera instancia votó en el Reichstag  en contra de los créditos de guerra para financiar la presencia de Alemania en la Primera Guerra Mundial, iba a ser trasladado a la cárcel desde el mismo hotel, pero antes de abandonar el local donde había sido interrogado le dan dos culatazos que lo dejan aturdido y se desmaya; arrastrado hasta un automóvil, es trasladado al Tiergarten donde es rematado a sangre fría con disparos de pistola y abandonado en el suelo hasta que alguien lo encuentra. “Intento de fuga”, dirá la nota oficial; la de Luxemburgo rezará: “Linchada por las masas”.
Nunca llegarían a esclarecerse totalmente las responsabilidades políticas por el asesinato, aunque sus autores directos fueron juzgados y condenados a dos años de prisión. Los comunistas lo utilizaron desde entonces como una mancha infame de la socialdemocracia.
Sus cuerpos se hallan en el cementerio berlinés de Friedrichsfelde, al que acuden miles de personas cada segundo domingo de enero para rendirles homenaje. 

Cuatro días después, el 19 de enero, tienen lugar las elecciones a la Asamblea Nacional. El SPD obtiene un 38% de los sufragios, el USPD el 7,6%. El KPD no se presenta.
En abril los últimos consejos de obreros y soldados desaparecen después de reconocer como única representación nacional de la república a la Asamblea Nacional.
En Alemania el intento de llevar a cabo una revolución bolchevique fracasa porque la formación histórica de la nación, su desarrollo industrial, su tradición democrática parlamentaria y la fortaleza de sus organizaciones obreras se oponen a la abstracción de los revolucionarios que no supieron ver como el nacionalismo, elemento esencial de la ideología de las clases dominantes, impregnaba a las clases trabajadoras, que derribaron al Káiser, sí, pero también llevaron al poder político a la socialdemocracia. Las estructuras económicas permanecieron y se mantuvo, en lo esencial, el anterior aparato del Estado.
El Espartaquismo, que da nombre a la revolución de noviembre de 1918, no paso de ser, en ningún momento, una fracción muy minoritaria de un gran movimiento popular al que ellos creían dispuesto a todos los sacrificios por la revolución socialista pero para los que el fantasma del bolchevismo representaba la antítesis de sus ideales democráticos y un camino cierto hacia la dictadura y la guerra civil.
El error de la socialdemocracia fue el de no aprovechar dicho movimiento para reformar a fondo las estructuras del Estado y democratizar el Ejercito, lo que le hubiera granjeado un mayor y decidido apoyo de las masas populares, y no que optó por la represión brutal sirviéndose de los generales  que con el tiempo le pasarían factura sirviéndose estos del nacional-socialismo.

 

Rosa Luxemburgo no llegó a cumplir los 50 años. Nacida en la Polonia rusa en el año 1871 en el seno de una familia judía, pronto se dio cuenta de que la lucha por su ideario marxista sería muy reducida si se quedaba en su país y que para tener influencia debía traspasar la frontera de Alemania, donde existía el Partido Socialdemócrata (SPD) el más fuerte del mundo. Para ser ciudadana alemana legal, firmó un matrimonio de conveniencia con un socialista alemán, lo que le dio derecho a la nacionalidad de ese país. A partir de ese momento, Alemania fue su principal campo de acción. En el seno de la socialdemocracia y de la Segunda Internacional, aunó teoría (multitud de artículos y libros muy importantes) y praxis (intervención en congresos, debates con muchos de los popes del marxismo, clases en la escuela de formación del partido…). En cambio, no tenía dotes organizativas. Su presencia física era una mezcla de fuerza y de ternura, de decisión y de prudencia. Un dirigente judío la describe del siguiente modo: “Rosa era pequeña, con una cabeza grande y rasgos típicamente judíos, con una gran nariz, un andar difícil, a veces irregular debido a una ligera cojera. La primera impresión era poco favorable, pero bastaba pasar un momento con ella para comprobar qué vida y qué energía había en esa mujer, qué gran inteligencia poseía, cuál era su nivel intelectual”.                             
De su vasta producción teórica destacan los temas que forman parte de su legado y que constituyen lo que, una vez muerta Rosa, se denominó “luxemburguismo”, una escuela marxista de características propias: su pacifismo, su lucha contra el revisionismo y la defensa de la democracia en el seno de la revolución. Sus posiciones, a veces intransigentes, le hicieron polemizar con las figuras más relevantes del socialismo marxista, como Lenin, Trotski, Bernstein, Kautsky…
El núcleo de aliados políticos de Rosa Luxemburgo fue siempre muy pequeño. Todo lo contrario que el de sus adversarios, entre los que se encontraron muchos de los dirigentes del ala derecha de la socialdemocracia y los sindicalistas burocratizados, a los que atacó sin piedad. Pero ambos núcleos fueron blancos móviles: dependían de los momentos y de los temas. Lenin, Trotski, Kautsky, Jaurès, etcétera, fueron algunos de los marxistas legendarios que compartieron y disintieron del ideario y la práctica política de la alemana. Un ejemplo de ello fue la relación con Lenin, el líder soviético; ambos se admiraron y pactaron, pero también se criticaron.
En 1918, apenas unos meses después del triunfo de la revolución bolchevique, Rosa Luxemburgo publica un folleto titulado La revolución rusa que reivindica los acontecimientos de Leningrado y Moscú, pero que critica algunos aspectos que pueden torcer su futuro, sobre todo los relacionados con el terror revolucionario y la supresión de la democracia. En el folleto citado, escribe “que sólo la libertad de los que apoyan al Gobierno, sólo la libertad para los miembros de un partido, no es libertad en absoluto. La libertad es siempre libertad para el que piensa de manera diferente”. Creía que el socialismo sólo puede ser resultado del desarrollo de la sociedad que lo construye, y para ello se requiere la más amplia libertad entre el pueblo (lo que no quiere decir que no sea necesario el control político). “Si se sofoca la vida política, la parálisis acabará afectando a la vida de los sóviets; sin elecciones generales, sin libertad de prensa y de reunión, sin la libre confrontación de las opiniones, la vida de cualquier institución política perecerá, se convertirá en una vida aparente en la que la burocracia será el único elemento vivo”.
En su libro sobre la revolución rusa, la revolucionaria, acierta premonitoriamente con lo que iba a suceder en la Unión Soviética, sobre todo a partir del momento en que se inicia el futuro estalinista. “Algunas decenas de dirigentes del Partido, animados por una energía inagotable y por un idealismo sin límites, dirigirán y gobernarán; el poder real se encontrará en manos de unos pocos de ellos, dotados de una inteligencia singular. La aristocracia obrera será invitada de cuando en cuando a asistir a las reuniones para aplaudir los discursos de los dirigentes y votar por unanimidad las resoluciones propuestas; en el fondo será un gobierno de camarillas, una dictadura en verdad, pero no la dictadura del proletariado, sino una dictadura de un puñado de políticos”.
A pesar de este severo cuestionamiento, reivindica el papel histórico del partido de Lenin, siempre en contraposición con sus camaradas alemanes: “Los bolcheviques representaron todo el honor y la capacidad revolucionaria de la que carecía la socialdemocracia occidental. Su insurrección de octubre no sólo salvó la revolución rusa; también salvó el honor del socialismo internacional.”
 
BIBLIOGRAFÍA


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