En el verano de 1918 la situación militar
en Alemania se torna desesperada. El Estado Mayor del Ejército que hasta
entonces prometía la victoria a una población ya muy cansada decide que ha
llegado la hora de negociar la paz.
Su máxima preocupación pasa entonces por
evitar que con la paz llegue la revolución así que deciden traspasar el poder,
que durante la guerra habían ejercido sin control alguno, a los partidos
políticos igualmente interesados en que la revolución no se produzca, entre
ellos el más importante de todos el SPD.
Pero la tan temida revolución se hace
realidad cuando a principios de noviembre la sublevación que había iniciado la
flota de guerra se extiende por todo el país, el emperador abdica y se proclama
la república. Pese a todo la socialdemocracia alemana consigue controlar la
situación y modela la crisis revolucionaria para que no siga el modelo ruso.
Cuando
se inició la Gran Guerra el SPD no dudo en colaborar con la monarquía y los
generales e incumplió así los acuerdos de la II Internacional de oponerse a la
guerra con todos los medios.
A
principios del s. XX el ambiente de tensión internacional hace que el tema de
la guerra pase a ocupar un lugar preeminente en las deliberaciones de los
congresos obreros. En 1907 se afirma: “Si una guerra amenaza estallar, es un
deber de la clase obrera de los países afectados el hacer todos los esfuerzos
necesarios para impedirla y en el caso de que estallare es su deber hacerla
cesar inmediatamente, de utilizar con todas la fuerzas la crisis económica y
política creada por la guerra para agitar a las capas populares más amplias y
precipitar la caída de la dominación capitalista”. Estos postulados fueron
defendidos de forma enfática por una representante del SPD llamada Rosa
Luxemburgo.
La
guerra estalla y las masas iban a seguir el llamamiento de sus gobiernos. Los
partidos socialistas apoyaron la defensa de la patria y pasaron a ser
instrumentos en la política de sus
respectivos gobiernos. En contra de las idealistas resoluciones de los
congresos de la Internacional, la realidad impuso la política de defensa
nacional y el enfrentamiento entre militantes socialista de distintas
nacionalidades. De este contencioso el socialismo salió profundamente
descoyuntado y la escisión provocó el final de la II Internacional. La
socialdemocracia no traicionó a las masas, sino que fue su auténtica expresión
política. La actitud esencial de la mayoría de la Internacional era de
naturaleza ética, pacifista, humanitaria y liberal.
Dentro del SPD surgió en 1916 un pequeño
grupo a la izquierda que agrupado en torno al diputado Karl Liebknecht y a Rosa
Luxemburgo intenta mantener en alto la bandera internacionalista y que es
conocido con el nombre de Spartatkusbund; sus posiciones antibélicas les
llevarán a la cárcel. Este grupo
minoritario se integrará en 1917 en otra escisión de mayor calado en el seno
del SPD que fue el USPD (Partido Socialdemócrata Independiente Alemán), que se
opone a la continuación de la guerra y preconiza una paz negociada, pese a
considerar sus posiciones demasiado moderadas.
El descontento creciente en el pueblo
alemán por el desarrollo de los acontecimientos bélicos desemboca en 1918 en
huelgas, manifestaciones y la creación de consejos obreros a semejanza de los
soviets rusos. La sublevación iniciada a finales de octubre en los barcos de
guerra de Kiel sirve de detonador, ante el ansia pacifista que invade a la
sociedad alemana, harta del belicismo nacionalista anterior, para iniciar una
revolución que toma la forma de un movimiento espontaneo de masas, que
conquista la calle, ante la resistencia casi nula de las autoridades. El 9 de
noviembre el movimiento llega a Berlín; el káiser abdica y Scheidermann,
dirigente del SPD, proclama la República.
El SPD decide ponerse en cabeza del hecho
revolucionario para mejor controlarlo e impedir una deriva al estilo ruso. El
SPD rechaza, sin equívocos, la teoría y el método bolchevique para Alemania ya
que la revolución rusa ha anulado la democracia y establecido en su lugar la
dictadura de consejos de obreros y soldados. Están de acuerdo en ir hacia el
socialismo pero por cauces democráticos y pacíficos. Dos son los pasos que se
dan en tal sentido; primero se nombra a Ebert canciller y después se consigue
formar un gobierno socialista pactado SPD-USPD. Los Espartaquistas se oponen, con Karl Liebknecht a la cabeza,
aduciendo que la revolución está amenazada pero sus ideas son rechazadas,
incluso violentamente.
El nuevo gobierno firma el armisticio el 11
de noviembre y comienza a tomar medidas sociales y económicas de gran calado:
subsidio de paro, elecciones por sufragio universal, comunidades de trabajo de
patronos y obreros, convenios colectivos, guardia nacional y desarme de
particulares. Los Espartaquistas ante la deriva no revolucionaria deciden salir
del USPD, donde todavía permanecían, y en las Navidades de 1918 fundan un nuevo
partido que adopta el nombre de Partico Comunista Alemán (KPD).
Es
una organización clandestina, aislada, minoritaria y sin forma definida. Carece
de estructuras firmes y de cohesión ideológica pero su influencia en el ala más
radical de la revolución sobrepasa con mucho a sus efectivos numéricos y
consigue movilizar masas importantes. Sus diferencias ideológicas surgen entre
sus dirigentes, más próximos a las posiciones teóricas de Rosa Luxemburgo, y
los militantes más jóvenes inclinados al extremismo y cercanos a las tesis
bolcheviques de conquista del poder por la fuerza aunque se sea una minoría.
Rosa Luxemburgo planteaba la lucha por el poder revolucionario sobre la base de
ganar previamente el apoyo mayoritario de las clases trabajadoras y para ello
era necesario previamente difundir entre ellas el programa comunista e impulsar
las luchas parciales de los trabajadores. Para los dirigentes del KPD
participar en las elecciones a la Asamblea Nacional era crucial pero su postura
fue derrotada por los más extremistas y no fue entendida por el pueblo alemán
lo que les aisló aún más.
La crisis de gobierno abierta a finales de
diciembre con el abandono del mismo de los representantes de USPD en desacuerdo
con la política militar y económica coloca al hecho revolucionario en otra
situación.
El comité berlinés del USPD, los delegados
revolucionarios y el KPD convocan una manifestación de protesta que tiene lugar
el 5 de enero con cientos de miles de participantes y deciden proseguir la
acción hasta derrocar al Gobierno. La comisión revolucionaria proclama la lucha
por el poder, declara la huelga general y llama a una nueva manifestación para
el día siguiente. El Gobierno da plenos poderes a Gustav Noske, Gobernador de
Berlín, para impedir la manifestación y organizar la represión con la colaboración
de los jefes militares y de los Cuerpos Francos (Freikorps) formados por
oficiales y voluntarios de confianza,
reclutados a sueldo. Entre manifestaciones y choques sangrientos los
dirigentes de USPD entablan conversaciones con el Gobierno de Ebert y los
Espartaquistas deciden continuar la lucha. En los siguientes días se producen
graves enfrentamientos de los que los revolucionarios salen derrotados. El 14
de enero el orden reina en Berlín.
“¡El orden reina en Berlín!, ¡esbirros estúpidos!
Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana se elevará de
nuevo con estruendo hacia lo alto y proclamará, para terror vuestro, entre
sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré!”
Rosa Luxemburgo
El 15, Karl
Liebknecht y Rosa Luxemburgo son asesinados.
Un joven Bertolt
Brecht añade desolado:
“También ha desaparecido la Rosa roja/No se sabe donde
está/Por haber dicho la verdad a los pobres, /los ricos la han suprimido.”
Rosa
Luxemburgo es asesinada en el hotel Eden de Berlín, los soldados le destrozan
el cráneo y la cara a culatazos; la rematan de un tiro en la nuca. Atan su
cadáver a unos sacos con piedras para que pese y no flote, y es arrojado a uno
de los canales del río Spree. Su cadáver no será encontrado hasta el 31 de
mayo.
Minutos
antes habían asesinado a Karl Liebknecht, el único parlamentario que en primera
instancia votó en el Reichstag en contra
de los créditos de guerra para financiar la presencia de Alemania en la Primera
Guerra Mundial, iba a ser trasladado a la cárcel desde el mismo hotel, pero
antes de abandonar el local donde había sido interrogado le dan dos culatazos
que lo dejan aturdido y se desmaya; arrastrado hasta un automóvil, es
trasladado al Tiergarten donde es rematado a sangre fría con disparos de
pistola y abandonado en el suelo hasta que alguien lo encuentra. “Intento de
fuga”, dirá la nota oficial; la de Luxemburgo rezará: “Linchada por las masas”.
Nunca
llegarían a esclarecerse totalmente las responsabilidades políticas por el
asesinato, aunque sus autores directos fueron juzgados y condenados a dos años
de prisión. Los comunistas lo utilizaron desde entonces como una mancha infame
de la socialdemocracia.
Sus
cuerpos se hallan en el cementerio berlinés de Friedrichsfelde, al que acuden
miles de personas cada segundo domingo de enero para rendirles homenaje.
Cuatro días después, el 19 de enero, tienen
lugar las elecciones a la Asamblea Nacional. El SPD obtiene un 38% de los
sufragios, el USPD el 7,6%. El KPD no se presenta.
En abril los últimos consejos de obreros y
soldados desaparecen después de reconocer como única representación nacional de
la república a la Asamblea Nacional.
En Alemania el intento de llevar a cabo una
revolución bolchevique fracasa porque la formación histórica de la nación, su
desarrollo industrial, su tradición democrática parlamentaria y la fortaleza de
sus organizaciones obreras se oponen a la abstracción de los revolucionarios
que no supieron ver como el nacionalismo, elemento esencial de la ideología de
las clases dominantes, impregnaba a las clases trabajadoras, que derribaron al
Káiser, sí, pero también llevaron al poder político a la socialdemocracia. Las
estructuras económicas permanecieron y se mantuvo, en lo esencial, el anterior
aparato del Estado.
El Espartaquismo, que da nombre a la
revolución de noviembre de 1918, no paso de ser, en ningún momento, una
fracción muy minoritaria de un gran movimiento popular al que ellos creían
dispuesto a todos los sacrificios por la revolución socialista pero para los
que el fantasma del bolchevismo representaba la antítesis de sus ideales
democráticos y un camino cierto hacia la dictadura y la guerra civil.
El error de la socialdemocracia fue el de
no aprovechar dicho movimiento para reformar a fondo las estructuras del Estado
y democratizar el Ejercito, lo que le hubiera granjeado un mayor y decidido
apoyo de las masas populares, y no que optó por la represión brutal sirviéndose
de los generales que con el tiempo le
pasarían factura sirviéndose estos del nacional-socialismo.
Rosa Luxemburgo no llegó a cumplir los 50 años. Nacida
en la Polonia rusa en el año 1871 en el seno de una familia judía, pronto se
dio cuenta de que la lucha por su ideario marxista sería muy reducida si se
quedaba en su país y que para tener influencia debía traspasar la frontera de
Alemania, donde existía el Partido Socialdemócrata (SPD) el más fuerte del
mundo. Para ser ciudadana alemana legal, firmó un matrimonio de conveniencia
con un socialista alemán, lo que le dio derecho a la nacionalidad de ese país.
A partir de ese momento, Alemania fue su principal campo de acción. En el seno
de la socialdemocracia y de la Segunda Internacional, aunó teoría (multitud de
artículos y libros muy importantes) y praxis (intervención en congresos,
debates con muchos de los popes del marxismo, clases en la escuela de formación
del partido…). En cambio, no tenía dotes organizativas. Su presencia física era
una mezcla de fuerza y de ternura, de decisión y de prudencia. Un dirigente
judío la describe del siguiente modo: “Rosa era pequeña, con una cabeza grande
y rasgos típicamente judíos, con una gran nariz, un andar difícil, a veces
irregular debido a una ligera cojera. La primera impresión era poco favorable,
pero bastaba pasar un momento con ella para comprobar qué vida y qué energía había
en esa mujer, qué gran inteligencia poseía, cuál era su nivel intelectual”.
De su vasta producción teórica destacan los temas que
forman parte de su legado y que constituyen lo que, una vez muerta Rosa, se
denominó “luxemburguismo”, una escuela marxista de características propias: su
pacifismo, su lucha contra el revisionismo y la defensa de la democracia en el
seno de la revolución. Sus posiciones, a veces intransigentes, le hicieron
polemizar con las figuras más relevantes del socialismo marxista, como Lenin,
Trotski, Bernstein, Kautsky…
El núcleo de aliados políticos de Rosa Luxemburgo fue
siempre muy pequeño. Todo lo contrario que el de sus adversarios, entre los que
se encontraron muchos de los dirigentes del ala derecha de la socialdemocracia
y los sindicalistas burocratizados, a los que atacó sin piedad. Pero ambos
núcleos fueron blancos móviles: dependían de los momentos y de los temas.
Lenin, Trotski, Kautsky, Jaurès, etcétera, fueron algunos de los marxistas
legendarios que compartieron y disintieron del ideario y la práctica política
de la alemana. Un ejemplo de ello fue la relación con Lenin, el líder
soviético; ambos se admiraron y pactaron, pero también se criticaron.
En 1918, apenas unos meses después del triunfo de la
revolución bolchevique, Rosa Luxemburgo publica un folleto titulado La revolución rusa que reivindica los
acontecimientos de Leningrado y Moscú, pero que critica algunos aspectos que
pueden torcer su futuro, sobre todo los relacionados con el terror
revolucionario y la supresión de la democracia. En el folleto citado, escribe “que
sólo la libertad de los que apoyan al Gobierno, sólo la libertad para los
miembros de un partido, no es libertad en absoluto. La libertad es siempre
libertad para el que piensa de manera diferente”. Creía que el socialismo sólo
puede ser resultado del desarrollo de la sociedad que lo construye, y para ello
se requiere la más amplia libertad entre el pueblo (lo que no quiere decir que
no sea necesario el control político). “Si se sofoca la vida política, la
parálisis acabará afectando a la vida de los sóviets; sin elecciones generales,
sin libertad de prensa y de reunión, sin la libre confrontación de las
opiniones, la vida de cualquier institución política perecerá, se convertirá en
una vida aparente en la que la burocracia será el único elemento vivo”.
En su libro sobre la revolución rusa, la
revolucionaria, acierta premonitoriamente con lo que iba a suceder en la Unión
Soviética, sobre todo a partir del momento en que se inicia el futuro
estalinista. “Algunas decenas de dirigentes del Partido, animados por una
energía inagotable y por un idealismo sin límites, dirigirán y gobernarán; el
poder real se encontrará en manos de unos pocos de ellos, dotados de una
inteligencia singular. La aristocracia obrera será invitada de cuando en cuando
a asistir a las reuniones para aplaudir los discursos de los dirigentes y votar
por unanimidad las resoluciones propuestas; en el fondo será un gobierno de
camarillas, una dictadura en verdad, pero no la dictadura del proletariado,
sino una dictadura de un puñado de políticos”.
A pesar de este severo cuestionamiento, reivindica el
papel histórico del partido de Lenin, siempre en contraposición con sus
camaradas alemanes: “Los bolcheviques representaron todo el honor y la
capacidad revolucionaria de la que carecía la socialdemocracia occidental. Su insurrección
de octubre no sólo salvó la revolución rusa; también salvó el honor del
socialismo internacional.”
BIBLIOGRAFÍA
Estefanía, Joaquín. Rosa Luxemburgo: mujer,
marxista, pacifista. El País 13/1/19
Klein, Claude. De los espartaquistas al nazismo:
La República de Weimar. Biblioteca de la Historia nº 50. Ed Sarpe. Madrid 1985.
Claudín, Fernando. La revolución alemana de 1918.
Octubre rojo. Siglo XX Historia Universal nº 6. Historia 16 1983.
Forcadell, Carlos. La Segunda Internacional. Las
Internacionales Obreras. Cuadernos Historia 16 nº 75. Madrid 1985.
Varios autores. Las Guerras Mundiales. Historia Universal
nº 19. Salvat/El País 2004.
Cook, Chris. Diccionario de términos
históricos. Libro de bolsillo nº 1602. Alianza Ed. Madrid 1993.
López Cordón, Mª V y Martínez Carreras, J.U. Análisis y comentarios de textos históricos
II/Edad moderna y contemporánea. Texto: La revolución rusa de Rosa Luxemburgo.
Alhambra Universidad. Madrid 1985.
Solé, José María. Berlín, el fin de un mundo.
La I Guerra Mundial como nunca se la habían contado nº 7. La Aventura de la
Historia 2014.
Varios autores. Protagonistas del s. XX. Hombres y
mujeres que cambiaron el curso de la historia. El País 1999.
Varios autores. Los 1000 protagonistas del s. XX. El País
1992.
No hay comentarios:
Publicar un comentario