17 ene 2015

Barcelona

A principios de año pasé unos días en Barcelona. El aspecto exterior de la ciudad no ha cambiado, sus amplias avenidas, la exquisita iluminación navideña, sus magníficos establecimientos hosteleros siguen siendo los de siempre y las innovaciones como la torre Agbar o el templo de la Sagrada Familia no hacen sino engrandecerla.


Pero un cambio se ha operado en sus fachadas; multitud de banderas independentistas las adornan. Hay un cambio en el paisaje urbano que denota un cambio social; es la manifestación externa de una corriente de opinión ciudadana que desea la independencia de Cataluña.
En la calle la ciudadanía sigue con su vida. La mayoría de las conversaciones escuchadas lo fueron en español pero si penetras en un establecimiento hostelero la cosa cambia y no digamos si es un organismo oficial entonces el catalán se convierte en la casi única herramienta posible de comunicación humana. El español desaparece u ocupa un lugar marginal e incluso puede ser sustituido sin sonrojo por el inglés. El tamaño en los carteles de las dos lenguas no es equitativo y el de la lengua española es en algún caso tan pequeño que si llegara a desaparecer nadie lo notaría. En un primer vistazo sólo lees en catalán. En la calle la sociedad es bilingüe pero hay una clara orientación, más o menos oficial, que la orienta hacia el monolingüismo en catalán. Las leyes lingüísticas obligan a todos los establecimientos a rotular en catalán bajo pena de fuertes multas y poco a poco ello penetra en el tejido social haciendo que la gente se adapte y acepte la situación quiera o no quiera. Un ejemplo de bilingüismo, aunque sea parcial, lo da la iglesia católica catalana que mantiene un número considerable de misas en español en las parroquias y las hojas dominicales están escritas en las dos lenguas.
En Cataluña, no hay que olvidarlo nunca, existe un numeroso grupo de ciudadanos que siendo catalanes tienen como idioma materno el español. Un grupo que no desea la independencia y que son conscientes, pese a las promesas que algunos partidos les hacen, de que en caso de que dicha independencia se produjera pasarían a ser ciudadanos de segunda clase e incluso en algún caso extranjeros. Sistemáticamente desde todos los ámbitos se les conmina a renunciar a sus valores y a su identidad.
Hay una fractura social en Cataluña y he sido testigo de como se baja el tono de voz en un establecimiento público al tratar el tema del independentismo para evitar así problemas o enfrentamientos con los otros y eso antes no era de ninguna manera así. Barcelona siempre ha sido un ejemplo de apertura y aceptación y ahora parece que no.
Los catalanes castellano-parlantes resisten y ante las provocaciones, que las hay, prefieren abstenerse de intervenir y huyen de las situaciones conflictivas. Pero eso no debe ser así; hay que defender las posiciones propias, denunciar la situación y aprestarse a dar la batalla en las próximas urnas para así poder, sino revertir la situación, cosa que creo casi imposible, si evitar que ésta alcance un punto de no retorno.

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